lunes, 27 de noviembre de 2017

Deporte: 1 parte espectáculo, 3 partes negocio

Recientemente la NBA dio su brazo a torcer respecto a la publicidad en los uniformes de sus agremiados, ¿dará la NFL ese paso pronto u obligará a las marcas a buscar otras opciones menos ortodoxas?

Todavía no me acostumbro a ver marcas en los uniformes de basquetbol. Si bien la presencia de éstas es minúscula (en comparación con lo que sucede cada vez más equipos de futbol) y aún no se da en todos los equipos, es suficiente para hacerme recordar (si es que alguna vez lo olvido) que el deporte es más un negocio que un espectáculo.

En más de una ocasión he escuchado a directivos de marketing criticar a las compañías que optan por un patrocinio que les brinde presencia dentro de la indumentaria de juego de alguna franquicia deportiva (independientemente del objetivo que se persiga), siendo el argumento principal en la mayoría de las ocasiones la sobresaturación de marcas que existe en cualquier transmisión deportiva.

Debo confesar que antes yo pensaba de la misma manera, pues mi interés al ver un partido de futbol no radica particularmente en si el logotipo de la marca “x” o la marca “y” aparece en el pecho de mi equipo. De hecho, dudo mucho que incluso los aficionados del Pachuca (playera atiborrada de patrocinios) puedan nombrar todos las firmas comerciales que “lucen” en su uniforme.

Mi opinión al respecto cambió radicalmente hace unos años luego de platicar con un directivo de la marca AON, quien me confesó que el tráfico que registraba su sitio web se incrementaba en más de un 50 por ciento los días que el Manchester United jugaba (en ese entonces la citada marca era el sponsor principal del club). Evidentemente el ingresar a un sitio web no determina la intensión de compra de una persona o qué tanto vaya a recordar la marca una semana después; sin embargo, nadie puede objetar que dicho patrocinio deportivo generó una reacción en el consumidor.

Con lo anterior en mente es entonces que resulta más fácil comprender la razón por la que finalmente la NBA dio su brazo a torcer en torno a la inclusión de publicidad dentro de la indumentaria deportiva… así como la razón por la que la NFL deberá hacer lo propio eventualmente, bajo pena de seguir perdiendo miles de millones de dólares.

En este sentido, un caso particularmente interesante se presentó la semana pasada de manera un tanto accidental. Con ocasión del juego ante los Arizona Cardinals, Jalen Ramsey, esquinero del equipo de los Jacksonville Jaguars presentó los zapatos que pretendía utilizar durante el partido. Se trataba de unos Air Jordan (marca que patrocina al jugador), mismos que habían sido intervenidos para rendir homenaje al desierto de Arizona, pero utilizando la imagen de la popular marca de bebidas RTD que responde a dicho nombre, situación que hubiera supuesto una multa para el jugador, pues la NFL prohibe estrictamente la presencia de logos corporativos en sus emparrillados, incluso en los calentamientos previos.

Al final del día el jugador no empleó las mencionadas zapatillas; sin embargo, creó una gran conversación en torno a las mismas. Lo más curioso del caso es que Ramsey no cuenta con ninguna especie de acuerdo con Arizona, al menos no de forma pública, e incluso si lo hiciera habría que ver si se hubieran atrevido (marca y jugador) a salir al emparrillado con el citado calzado.

El precedente que “existe” al respecto curiosamente también incluye a la marca Air Jordan. Según cuenta la leyenda (pues a final de cuentas se trata de una simple leyenda urbana) durante la temporada 1984 de NBA, bajo indicaciones de Nike, Michael Jordan empleó un calzado prohibido, cuyas multas fueron absorbidas por la firma originaria de Oregon; sin embargo, dicha historia nunca ha podido ser corroborada.

Independientemente de que el acto no haya llegado a concretarse, la intención de Ramsey podría despertar el interés de alguna marca lo suficientemente rentable por emular la leyenda de Nike con Jordan.

Sea como sea, es un hecho que la publicidad dentro de la indumentaria deportiva es un negocio difícil de ignorar y al cual tarde o temprano todas los espectáculos deportivos deberán sumarse de una u otra manera, incluso “en contra de su voluntad”.

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